( Agencia Materia ).- Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, descansa embalsamado en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú que lleva su nombre. Bueno, no del todo. Su cerebro no está con él. Nada más morir, se lo extirparon y lo colocaron en formaldehído para que los científicos pudieran demostrar que el líder de la revolución soviética era un genio. Pero ese mismo cerebro podría servir para despejar de una vez por todas las dudas sobre su muerte. Que si murió envenenado por la siniestra mano de Stalin, que si el plomo de una bala alojada en su cuello emponzoñó su discurrir intelectual, que si la sífilis que le pegó su amante… Ahora, un grupo de investigadores sugiere que todo se debió a una mutación genética. La causa clínica de la muerte de Lenin en enero de 1924, tres meses antes de cumplir los 54 años, fue una arteriosclerosis generalizada con un pronunciado grado de afección de los vasos cerebrales. La infiltración de lípidos en las principales arterias (arterioesclerosis cerebral)