Entre 2003 y 2011, la invasión de Irak y el posterior conflicto provocaron más de 460.000 muertos entre la población. El 60% de estas muertes se produjeron a causa directa de la violencia y el resto se debieron al colapso de las infraestructuras.
Los cálculos de Amy Hagopian, de la Universidad de Washington, y de su equipo señalan una cifra que rondaría los 405.000 muertos. A ese número suman otra cantidad, los 56.000 fallecidos que se produjeron entre la población desplazada y los refugiados. Según este trabajo, el ratio de muertes en ese periodo de ocho años fue un 50% más alto que el que se dio los dos años previos a la invasión. El pico más alto de mortalidad se produjo en 2005-2006: en esos meses, morían 766 personas a la semana por culpa del conflicto (el 72,6% a causa directa de la violencia).
Este estudio, realizado mediante un arduo trabajo estadístico sobre el terreno para evitar los sesgos de cálculos previos, señala que las posibilidades de morir para una mujer crecieron un 70% y para los hombres se dispararon un 290% en los momentos más crudos de la guerra. Desglosados por motivos, el 35% de los fallecidos murieron por culpa de las fuerzas de la Coalición que comandaba EEUU, mientras que los rebeldes provocaron el 32% de los decesos. Los disparos causaron la gran mayoría (63%) de las muertes violentas y los coches bomba mataron al 12% de los fallecidos.
“La mayoría de las muertes se debieron directamente a la violencia, sobre todo de disparos, coches bomba, y explosiones”, explica el estudio. Añade que las enfermedades cardiovasculares fueron la causa principal de cerca de la mitad de las muertes no violentas. Y explica que estas muertes no violentas son “causadas porque todo el sistema de salud se enfocó a atender la crisis, por la interrupción de las redes de distribución de suministros esenciales y por el colapso de la infraestructura que mantiene el agua potable, la alimentación, el transporte, la gestión de residuos y la energía”. “Además”, concluye, “la guerra contribuye a un clima de miedo y humillación, y a la interrupción de los medios de subsistencia, que terminan por socavar la salud”.
Un estudio casa por casa
La metodología del estudio es, en principio, su gran fortaleza. La mayor parte de los estudios previos se quedaron en 2006, como muy tarde, y sus resultados fueron más abultados, rondando algunos el millón de muertos. Hagopian y su equipo estuvieron recogiendo información sobre el terreno durante la primavera de 2011, eligiendo una muestra representativa de 2.000 hogares de todo el país para estudiar la incidencia de la mortalidad. Otros estudios previos que se basaron en el mismo método presentaban deficiencias como muestras peor escogidas (dejando sin estudiar determinadas provincias), contaban tan sólo con la mitad de grupos de estudio o usaron fuentes de escasa calidad para sustituir datos a los que no se accedió de forma directa.
Otro trabajo reciente publicado en The Lancet, reseñado también en Materia, calculaba un total de 117.000 muertos partiendo de los datos proporcionados por Iraq Body Count, un proyecto independiente que comenzó un recuento de bajas ante la ausencia de cifras oficiales. Para sumar una nueva víctima mortal, esta iniciativa exige contar con dos fuentes diferentes para darla por válida, lo que provoca que sus números sean más bajos que las estimaciones basadas en otras estadísticas. Los autores del estudio de The Lancet reconocían entonces que sus “resultados manejan cifras científicamente conservadoras”. Como suelo estadístico es firme, pero Hagopian y su equipo creen que su dato es más ajustado.
Un soldado atiende a un herido civil tras un ataque suicida que mató a 33 en Tall Afar (2005). / ALAN D. MONYELLE, USN
(Javier Salas / Materia).- Pasaban las 5.33 horas en Irak cuando comenzó a oírse cómo caían las bombas sobre Bagdad. Era ya la mañana del 20 de marzo de 2003. Desde ese preciso momento hasta junio de 2011, murió medio millón de personas a causa de la guerra. Porque la guerra mata. Un epíteto que puede sonar absurdo pero precisamente damos noticia de un estudio que trata de llamar la atención sobre ese sencillo detalle: en cuanto comienzan a caer las bombas, la muerte se desata y no deja de causar víctimas, incluso una vez superado el efecto de la onda expansiva, la metralla y las balas. Este estudio señala que del medio millón de muertes que dejó la guerra de Irak el 60% son directamente atribuibles a la violencia y el resto se derivan del colapso de las infraestructuras y otros problemas asociados a la guerra, como el desmantelamiento de la sanidad, la ausencia de salubridad y la pérdida de medios de transporte y comunicación.Los cálculos de Amy Hagopian, de la Universidad de Washington, y de su equipo señalan una cifra que rondaría los 405.000 muertos. A ese número suman otra cantidad, los 56.000 fallecidos que se produjeron entre la población desplazada y los refugiados. Según este trabajo, el ratio de muertes en ese periodo de ocho años fue un 50% más alto que el que se dio los dos años previos a la invasión. El pico más alto de mortalidad se produjo en 2005-2006: en esos meses, morían 766 personas a la semana por culpa del conflicto (el 72,6% a causa directa de la violencia).
El pico de muertes
se dio en 2006, en el
que las posibilidades
de morir de los hombres
crecieron un 290%
“La mayoría de las muertes se debieron directamente a la violencia, sobre todo de disparos, coches bomba, y explosiones”, explica el estudio. Añade que las enfermedades cardiovasculares fueron la causa principal de cerca de la mitad de las muertes no violentas. Y explica que estas muertes no violentas son “causadas porque todo el sistema de salud se enfocó a atender la crisis, por la interrupción de las redes de distribución de suministros esenciales y por el colapso de la infraestructura que mantiene el agua potable, la alimentación, el transporte, la gestión de residuos y la energía”. “Además”, concluye, “la guerra contribuye a un clima de miedo y humillación, y a la interrupción de los medios de subsistencia, que terminan por socavar la salud”.
Un estudio casa por casa
La metodología del estudio es, en principio, su gran fortaleza. La mayor parte de los estudios previos se quedaron en 2006, como muy tarde, y sus resultados fueron más abultados, rondando algunos el millón de muertos. Hagopian y su equipo estuvieron recogiendo información sobre el terreno durante la primavera de 2011, eligiendo una muestra representativa de 2.000 hogares de todo el país para estudiar la incidencia de la mortalidad. Otros estudios previos que se basaron en el mismo método presentaban deficiencias como muestras peor escogidas (dejando sin estudiar determinadas provincias), contaban tan sólo con la mitad de grupos de estudio o usaron fuentes de escasa calidad para sustituir datos a los que no se accedió de forma directa.
Otro trabajo reciente publicado en The Lancet, reseñado también en Materia, calculaba un total de 117.000 muertos partiendo de los datos proporcionados por Iraq Body Count, un proyecto independiente que comenzó un recuento de bajas ante la ausencia de cifras oficiales. Para sumar una nueva víctima mortal, esta iniciativa exige contar con dos fuentes diferentes para darla por válida, lo que provoca que sus números sean más bajos que las estimaciones basadas en otras estadísticas. Los autores del estudio de The Lancet reconocían entonces que sus “resultados manejan cifras científicamente conservadoras”. Como suelo estadístico es firme, pero Hagopian y su equipo creen que su dato es más ajustado.