
Los investigadores, liderados por Jan Sobotnik, de la Academia de Ciencias de la República Checa, observaron cómo entre las Neocapritermes taracua, un tipo de termita del sur y el centro de América, había algunas trabajadoras que contaban con dos manchas azules en la intersección entre el tórax y el abdomen que funcionan como cinturón de explosivos. Cuando se produce un encuentro violento con otras termitas, estas trabajadoras se lanzan al ataque mordiendo con violencia hasta que se ven acorraladas. Entonces, se hacen estallar a sí mismas liberando un líquido pegajoso tóxico para sus contrincantes.
Frente a lo que sucede entre los humanos, la vejez hace a las termitas más aptas para la guerra. Con el paso del tiempo, sus mandíbulas pierden fuerza y se vuelven menos útiles como trabajadoras para la comunidad. Pero conforme sus herramientas para la labor pacífica se deterioran, mejora su arsenal bélico. Su carga explosiva, formada por cristales que contienen cobre, crece con la edad y se tornan más agresivas. Cuando llega el momento, estas ancianas civiles están listas para lanzarse contra el enemigo y entregar la vida como último servicio a su sociedad.